El cuerpo que no se encomienda ( Autora: Evelyn RONDINELLI)



 

Chillo, mastico, vomito

Mi libertad errada mil veces

Esa esquina impertérrita de mi vientre

Esa necedad que lacera mi espalda en carne viva

Grito, me desespero y se yergue mi columna

Aunque revienten mis huesos

Y los huesos de los que me precedieron

No declinaré

No me sojuzgarán sus mantos

No renunciaré a la escoria

Al estiércol

A la risa enloquecida

A la alegría dislocada

Al desnudo

A mi cuerpo inmenso

A la masturbación

La lujuria

Y la bebida

 

Soy esa bola de fuego que arde en las mañanas

Que nadie toca porque quema, arde y corrompe

Y que feliz recorre siempre la oscuridad de la herejía

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

TU DOCTRINA Y MI VAGINA

 

L a fuente primigenia de mi vientre

la encarnación del deseo después de la carne

la matriz de los días eclipsados en fuego

la tierra fértil y su tempestad de estrella

 

Es mi vulva

la matriz

Mi deseo y su desgarro

 

Mi vulva es el fuego que aniquila templos,

la inexistencia de tu palabra sobre la plenitud de mi cuerpo,

Mi grito desaparece sotanas y cruces en hierro

y ha de destruir tu sermón, tu biblia y tu doctrina

 

No volverás a quemar a nuestras mujeres

No volveré a abortar con tu permiso

No volveré a decirme María la ramera,

No volveré a callar en el conclave de tu tiempo

 

La única iglesia que ilumina es la que arde

La única cúpula que existe es mi vagina

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LUZ

A mi madre, quien  fue quien una y mil veces me dio la vida

 

 

Con tus propios dientes cortaste el cordón umbilical

Tragaste la placenta que cubría mi cuerpo

Y echaste tu cría a la espalda

A vagar el mundo

Y en cada estación te apalearon

Madre

Fui puta pero mi piel nunca revistió el temor de la sangre

He hecho jirones mi vestido y luzco este pellejo atroz que es mi cuerpo

Embravecida, arisca, subalterna, impropia

Y me visto de humana decente, cristalina

Cada vez que corro a tus piernas hinchada, envejecidas

 

 

Yo no creo en Dios, madre

Creo en ti, en tus noches de locura

En mi desesperación a los 8 años cuando te defendía de mi padre

En tu voz preocupada a todas horas en todas las madrugadas de todos los días de mi impía

Vida

 

Creo en tus pies adoloridos, en esas malditas aguas que te atraviesan tus plantas

 

Creo en tus cabellos siempre negros,  ensortijado  donde puedo leer la historia de tus días, de

Tu dicha, de tu gloria

 

 

Madre he aquí a tu hija

Echa sangre, puño y orgasmos

Desnuda en escenarios

Ebria y drogada en las noche de tu ausencia

 

 

Purísima me yergo hacia a ti, humilde

Como si del único Dios terrestre se tratara

Y bebo incansable las gotas grises

De tu amor excelso

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